miércoles, 6 de marzo de 2013

Becqueriana / 4


Cuando entraste en la vieja casa de los sentimientos una capa de polvo recubría lámparas, muebles y cuadros. Te fue fácil con un dedo escribir tu nombre sobre cualquier superficie. Abriste el armario del lenguaje y de allí salieron apolilladas las palabras que había lucido cuando la vida era una pintura de Matisse. Póntelas, dijiste, y me probé aquellos pantalones que no podía abrochar y la camisa comida por los insectos. Nos reímos de frases tan ridículas. De par en par la sonrisa de las ventanas colaba el aire de la calle en las habitaciones. Se llenaban de hojas secas.