lunes, 11 de marzo de 2013

Becqueriana / 5


Coincidimos esta mañana. En realidad, la conozco de vista desde siempre, pero solo hoy empezamos a hablar. Al principio, un poco atolondrados. Ella, con precaución; yo, en manos de las sílabas saltarinas. Nos sentamos en un café con mesas antiguas y sillas de roble con respaldo semicircular. Pido un cortado y le ofrezco un sorbo de mi taza. Quiero que le guste. Nos encontramos, por fin, la palabra «luciérnaga» y yo. Le dedico un poema lleno de sutilezas. Lo escribo sintiendo los tropiezos de la pluma en las cicatrices del mármol. Vivo así nuestro idilio, sin que nadie nos vea.