Muere el que ha muerto y los que le entierran, ensayan. Y aunque el arcipreste eleve los brazos hacia el cielo, solo le sobrevivirá el anillo en el dedo de un ladrón de tumbas, que tampoco sentirá nada cuando se lo arranquen de un tajo. Así pensaba mi padre y el padre de mi padre, pero a mi hijo un revuelo le ha desordenado las témporas. Habla de que en la vida solo hay vida, presente, conquista, fruición. Habla de nuevos mundos y sus ideales se hinchan como nubes al final del día. La tontería se apodera de los débiles.