En el arte también
está latente el encanto de su descubrimiento. Coetáneo e histórico. La obra
aguarda la llegada de quien la aprecie, a veces mucho tiempo. Esta espera a ser
comprendida la implica. Aun en el desván y arrinconada contra la pared, se
percibe el anhelo de una mano que le dé la vuelta. Así se creía que funcionaban
las cosas que el presente desbarata con su impaciencia. La obra ya no aguarda;
se planta delante, persigue, se descubre. Se excluye su silencio. Se acumula
todo para después del ruido. Obligada, quizá, porque a nadie le interese
descubrir nada.