lunes, 3 de septiembre de 2012

1856


Ropa tendida en las azoteas y unas nubes remolonas, por encima, que ensucian el cielo. Allí donde he buscado tus montañas, gran pastor de verdades, tus caminos minerales, el trébol al viento que me enseñaste a admirar, nada veo. Gritos de vendedor y relincho de acémila pautan acentos en los versos de la calle. Sobre adoquines discurren las ruedas de los carros que traquetean en el idioma. El hedor del vino reclama en cada esquina. Busco la luz de las siemprevivas y la hondura de las violetas en tu nombre, gran Heine, andariego, cuando alguien, quién, ha traído la noticia.