Como pequeñas montoneras de escombros desperdigadas por un solar, algunas nubes oscuras afean las fotografías de los turistas en Venecia. Bianca contempla el cielo detrás del mostrador y lo hermana con el helado de kiwi que ha batido aquella mañana. Los kiwis que llegan al mercado de Venecia son siempre amargos. Y demasiado caros para lo que son. La cubeta del heleado de kiwi permanece esponjosa, intensamente verde e intacta; aunque se lo pidan, Bianca se niega a servirlo. Elige otro, este me ha salido demasiado ácido —se justifica. Y al día siguiente recorre la ciudad en busca de kiwis.