En la tradición del poema en prosa laten las iluminaciones que lo convirtieron en aquel artefacto literario capaz de arrasar el corazón del lector. Elena Román (1970) interpreta en su libro la partitura original con tres instrumentos precisos: una maraña retórica urdida con delicada e incisiva técnica, la ironía de una mirada que sorprende lo invisible oculto en lo cotidiano y el sesgo exacto de la distorsión. Todo en armonía para hablar de lo que la idea de «cuerpo» olvida: esa extraña colección de apéndices, vericuetos y odres que lo forma. «Porque hay que ser canoa para entender al río».