La última mirada antes de abandonar un cuarto de hotel se la dedica el huésped a sí mismo. Concienzudamente se asegura de que nada suyo queda perdido —prendido— en la estancia. Abre las puertas del armario donde estuvo colgada su americana, la que lleva puesta, porque necesita la postrera comprobación de lo obvio. Revisa los folletos informativos sobre la mesa donde dejó algún libro, la pluma y el teléfono, que abulta en el bolsillo. Estira colcha y sábanas; mira dentro de los cajones. Cuando regrese y le pregunten por el hotel, no sabrá qué responder: nada ha dejado allí olvidado.