En el comedor, presidiéndolo, contempla un paisaje pintado al óleo con un pincel de abanico. Un miope que hubiera perdido las gafas no sería tan preciso en la destrucción de los detalles. Pero no había acudido a aquel domicilio para una tarea artística, sino para subsanar un problema de fontanería, seguramente ocasionado por el operario que había trabajado en las tuberías con anterioridad. Es posible que provocado por alguna reparación incluso anterior. Cómo explicarle al propietario, que había avisado a su seguro, de la presumible contribución suya a esta cadena de desaguisados. O, entonces, ¿qué ley moral ampara los silencios?