Del televisor conozco la extensión geométrica de su negritud. Un rectángulo vacío. Con solo apretar un botón, incluso a distancia, se desbarata la percepción con un baile de formas y colores de la que es difícil huir, incluso cara a una pared, porque las imágenes llegan acompañadas por la fanfarria entera de los sonidos. Con imprimir una leve presión sobre una protuberancia mínima salta por los aires lo que existía. Los pensamientos, si asomaban, de inmediato desaparecen, diluidos en el torbellino que se fragua sobre la antigua oscuridad tibia. Se diría que su incesante despliegue solo pretende silenciar el silencio.