Un reflejo que la ventana abierta para ventilar vierte sobre la pista de baile. Que reproducen las gotas, fugadas del cubo al transportarlo, en el suelo antes de que lo friegue. Que ilumina la mano enrojecida de quien nunca ha bailado sobre el entablado que por las mañanas limpia. Lo que no aparece, como tampoco ninguna de las complicidades, los sueños, las promesas. Un reflejo que el polvo transita en su camino de descenso. Que los recuerdos recorren con su melodía cuando se elevan. Taciturno tarareo. Una cosecha de nadas. El tiempo. El movimiento, que no cesa, de la quietud.