Tipo solitario, al frío no le interesan, sin embargo, las
tumbas. Tampoco le atraerían los espejos en armarios roperos si le permitieran
el acceso a las habitaciones. Nada que le recuerde a sí mismo le puede gustar.
Lo que le obligue a encarar la nada que anida en su interior. Es lo que
desalienta del invierno, aun cuando se haya ido y queden en la losa los nombres
acostados sobre un viejo colchón de cifras. Aunque al hablar no se congele el
aliento, las palabras al pie de la boca se petrifican si alguien se da la
vuelta por mirarlo.