Al atardecer leemos en voz alta lo que Emily ha dejado escrito: «La lámpara, dorada, sigue ardiendo / sin saber que el aceite se agotó». Te has vestido de blanco y yo simulo un uniforme de cartero. A Emily le gusta contemplar la realidad desde la mirada que cualquiera ve que está mirando. «Expulsarme a mí misma de mí misma. / ojalá yo supiera». Y el té. Tomamos té verde con bizcocho de zanahoria sobre un mantel bordado. Servilletas de tela. Notas de piano melancólico. Nos miramos, sonríes mientras recito: «Mínimos ríos, dócilmente, a un mar. / Mi Caspio, tú».