lunes, 23 de octubre de 2017

2005 - «Soliloquio para dos»



Ni la profusión de la lluvia chorreando en las cristaleras lograba ser más rápida colocando gotas en el cuadrilátero que Walt Whitman insertando tipos en la forma. Hubo quien se había jugado el jornal por incrédulo. Bastaba que llegara desde la puerta su voz a la sala sucia, húmeda, de la imprenta para que los empleados se irguieran de golpe temiendo ya la avalancha de pliegos por calzar bajo el tórculo. No quiero aprendices, le gruñó de espaldas a Eduardo, mozalbete grandullón aficionado a las cajas tipográficas, pero se dio la vuelta y se sorprendió a sí mismo pidiéndose trabajo.