Si un día, atado por petición propia al palo trinquete de un velero para poder escuchar el canto que fascina, reconociera el suyo en mitad del océano y de un incierto camino de regreso, al instante pediría que algún marinero audaz, con los oídos y ojos tapados, me desatara las manos anhelantes, me liberara el cuerpo seducido por su voz, redimiera mis pensamientos de la sujeción a la lógica de los rumbos y me dejara encaramarme al bauprés hasta perder por completo el equilibrio y sentir el helor de las aguas como el mayor bien entre sus brazos de sirena.
sábado, 25 de marzo de 2017
Becqueriana / 103
Si un día, atado por petición propia al palo trinquete de un velero para poder escuchar el canto que fascina, reconociera el suyo en mitad del océano y de un incierto camino de regreso, al instante pediría que algún marinero audaz, con los oídos y ojos tapados, me desatara las manos anhelantes, me liberara el cuerpo seducido por su voz, redimiera mis pensamientos de la sujeción a la lógica de los rumbos y me dejara encaramarme al bauprés hasta perder por completo el equilibrio y sentir el helor de las aguas como el mayor bien entre sus brazos de sirena.