¡Ah de la casa! —gritó Faulkner, el carbonero, sombra asomada a la sombra del zaguán. Le contestó el rítmico chasquido de una cuerda contra las losas. ¿Hay alguien? —insistió el destello blanco del blanco de los ojos ennegrecidos. Chas, chas, chas… Nada interrumpía la única respuesta. Niña, sal del escondrijo y dime si puedo dejar los sacos. El traquido y su eco siguieron como único diálogo. Me llamo Ana María —dijo al rato Ana María— y me has hecho perder la cuenta. El hombre enharinado de oscuridad la vio ahora en el encuadre iluminado. Y además, no te tengo miedo.
viernes, 9 de septiembre de 2016
1964-«Algunos muchachos»
¡Ah de la casa! —gritó Faulkner, el carbonero, sombra asomada a la sombra del zaguán. Le contestó el rítmico chasquido de una cuerda contra las losas. ¿Hay alguien? —insistió el destello blanco del blanco de los ojos ennegrecidos. Chas, chas, chas… Nada interrumpía la única respuesta. Niña, sal del escondrijo y dime si puedo dejar los sacos. El traquido y su eco siguieron como único diálogo. Me llamo Ana María —dijo al rato Ana María— y me has hecho perder la cuenta. El hombre enharinado de oscuridad la vio ahora en el encuadre iluminado. Y además, no te tengo miedo.