En las fresas del cuenco que dejo sobre el mármol de la cocina se lee el don de este día y en su lectura se elige el sabor de las horas. En la pizca de azúcar que esparzo por encima y que blanquea un instante los frutos para disolverse casi de inmediato en sus jugos adivino una metáfora de la escritura, que se deslíe en el curso de la vida y la endulza. Pero cuando el plato, ya dispuesto, presida la mesa donde brillen las fresas, el libro que ha enseñado a leer el tiempo quedará cerrado en el estante.