sábado, 2 de abril de 2016

# 550


Como más reales se perciben las calles de una ciudad es con su ausencia. El olor de la fritanga a mediodía, el vocerío perpetuo, la incomodidad del tráfico, la dureza del empedrado. Donde no están se huelen, se oyen, se disfrutan tal como nunca se olieron, ni se escucharon, ni seguramente produjeron gozo alguno. Solo con no caminarlas, la seducción de las calles crece. Su incertidumbre se añora; la posibilidad —ilusa— de que entre tantas cosas que ocurren sobreviva algo. Y solo ahora, cuando sucede el mayor acontecimiento, que es que nada pase, la nostalgia de lo nimio las engrandece.