También me gusta escribir. Me imagino mis libretas llenas de garabatos. Sin embargo, cuando alguien me ve trabajar se sorprende siempre de las páginas en blanco, una tras otra, que voy dejando atrás. Disfruto con los chistes que inmediatamente se me ocurren para burlarme de la ingenuidad de los videntes. «Sí —les digo muy serio—, es una ventaja. No se tiene nunca miedo a la página en blanco». Qué incómodos les presiento. Y cuando me ven con la regleta y el punzón añado: «Y no me mancho los dedos nunca de tinta». Se ríen con cierto temor a reírse.