No se me parece en nada. Carraspea al decirlo mientras camina alrededor y los tacones resuenan en la iglesia vacía. No solo mis honorarios sino la propia vida se tambalea a cada paso. Hasta los dos años de desbastar y lijar con mimo el alabastro regalaba a cambio de la congoja de tallar el sepulcro de quien me lo ha encargado. Hoy vestido para la entrega con las mismas ropas que imita la piedra. Me mira con indiferencia y de repente empiezo a respirar. Y menos mal, porque este es un muerto y yo estoy vivo, ¿cómo iba a parecérseme?