El ramillete de violetas
silvestres con el que se regresa de un paseo revitaliza el recibidor. Una rosa
en un jarrón de vidrio tan delgado como su tallo señorea encima de la mesa. Un
haz de tulipanes en una jarra de barro antigua hace amistad con los libros en
el estante. Una maceta con una orquídea solitaria controla la calidad de la luz
que la ventana cuela. En su alféizar un parterre de claveles se mira con gusto
en el reflejo del cristal. La tarde entre flores acentúa los valores del
presente. La exaltación de los colores desbanca el tiempo.