Isabel, gracias por acordarte ayer.
Los cumpleaños se parecen tanto a las jarras que tenían antiguamente en las
vaquerías y cuyo significado uno, cuando era niño, se esforzaba por comprender.
Una especie de peine con números de vez en cuando las recorría de arriba abajo.
La vaquera metía la jarra en la cuba e iba soltando leche hasta que algo le
decía que ya debía verterla en el recipiente que llevaba mi madre. Qué
sabiduría la suya. Siempre acertaba. No sobraba, en el fondo, ni una pizca.
Dónde estaría la magia, me preguntaba. Ojalá supiéramos también leer
así la edad.