jueves, 28 de noviembre de 2013

Callejón del batanero


Ni siquiera el maestro con su vara de avellano y su malhumor perpetuo conseguía zurrarnos tan seguido. Al pie de la cuesta, una especie de segundero de despertador. Solo dos veces cada jornada su insistencia se detenía para que el batanero cambiara de posición  mantas y paños. Y enseguida, de nuevo el tableteo, que de puro constante ya ni se oía. Qué habrá quedado, a veces me pregunto, de tal tenacidad. ¿Seguirán los palmoteos sonando por la atmósfera, perdidos en el espacio? Su métrica tan exacta, ¿acompañará memorias que valga la pena recordar? O, ¿qué significa ahora la palabra recuerdo?