miércoles, 3 de julio de 2013

Becqueriana / 20


Irradian tanta suavidad en su tersura que aún antes de morderlas ya palpitan donde la sangre las presiente. Tanto brillo su piel arrebolada, su mejilla incandescente por movimientos que no encontrarán nunca palabras que los describan, su bola de cristal escarlata que absorbe toda la luz de la noche. Tanto resplandor emanan de su cielo diminuto que ciegan. Tanto jugo promete su dejarse acariciar por la lengua, la tierna penetración que ofrece a los dientes, el terciopelo para cubrir las paredes del paladar. Tanto dulzor concentrado en la dimensión exacta de un beso, ahí, encima de la mesa. Las cerezas.