miércoles, 27 de febrero de 2013

Becqueriana / 3


Las calles del invierno, transitadas por sombras esquivas, desembocan necesariamente en un portal. Los hay luminosos y limpios, con apliques dorados en las paredes y un sillón de escay junto a los buzones. Su puerta no se atasca nunca y los propietarios piden datos por el interfono. Otros portales quedan entreabiertos y una corriente de aire los recorre inmisericorde. El yeso de las paredes se desprende a capas, podrido de humedades, y el suelo colecciona desperdicios. Huelen a rancio. Se oyen voces, un niño llora, las cucarachas inspeccionan. Si un vecino entra de súbito y nos descubre, solo nos insulta.