Con las manos lo agarra por sus nudos y con la cabeza inclinada hacia el hombro sujeta un trapo sucio sobre el que, una vez alzado, descargará el saco. Mientras una mano guarda el equilibrio, trata la otra de evitar el roce áspero de la arpillera sobre su oreja estirando hacia arriba el ennegrecido paño. A grandes zancadas, el hombretón alcanza la boca de la carbonera, donde tras desanudarlo con una sola mano, verterá el saco con estrépito de rocas que entrechocan. La boca de mi alma, Luchía. El alimento de mi alma, Luchía. El color de mi alma, Luchía.