martes, 13 de noviembre de 2012

1793


Constance. Entorno los ojos y por fin leo tu nombre, una y otra vez. He logrado que la cerámica le dé el brillo apagado con que lo evoco. No ha sido fácil. Con las uñas, hasta con los dientes, he rascado años de bardoma y excrementos momificados. Llegan aullidos de las celdas abarrotadas, y de vez en cuando un preso interrumpe mi sueño para apartarme y defecar. Constance. La blancura del azulejo arañado al fango me devuelve tu candor. Mis orines han ablandado la mugre y la he limpiado con mi saliva hasta que del lodo ha emergido tu nombre.