martes, 15 de junio de 2010

Lisboa


Aquel taxi desde la estación de Santa Apolónia —ventanas abiertas, trapeo de camisas— en la mañana de un domingo de verano por una ciudad desierta queda en la memoria como un desperdicio no lo suficientemente diluido cuyo paso al sumidero —por donde se fueron viaje, víspera y estancia— impide la rejilla. Los taxis que le sucedieron, desde la estación de trenes, de autobuses o de aviones, cobraron en la tarifa también su olvido. Tal vez por eso se reverencie la primera vez: desconcierto e inexperiencia es el único cromo que me queda en el bolsillo para cambiarlo por la nada.