miércoles, 7 de abril de 2010

Insaciable sed

Botellas. Cientos de botellas de vidrio, grandes y minúsculas, figurativas y abstractas, de bebidas y de potingues. Cada una con su etiquetita, numerada. Busco la cifra más alta: 798. Tal vez haya más. Arracimadas las grandes, en cajones las pequeñas. Toda una vida de pequeños éxitos —¡una nueva pieza!— catalogados. La vida de un coleccionista abre un vacío en quien la observa. ¿Qué sentido darle? Parece un evidente exceso de tiempo, acaso una pasión reconducida hacia el ojo de una aguja. Quizá sólo sea una ingenua partida de ajedrez con la muerte la de quien trata de vencerla comiéndole peones.