Me doy cuenta de que las viviendas que vacían y subastan en los Encantes son sobre todo pisos urbanos al encontrar esta mañana los atributos de una casa rural: en primer término un amontonamiento grande de útiles de campo y herramientas propias de variados trabajos artesanos. Me detengo y mi memoria de las casas de pueblo empieza a identificarlo todo: las típicas fotos de estudio enmarcadas en madera oscura, un cuadro del sagrado corazón, unos cuantos sifones, varios baúles, botellas de licor vacías, un cristo hecho con pinzas de la ropa y un único libro: una biblia de hojas doradas.