lunes, 19 de abril de 2010

Abril

Como amapolas en los campos de cereales, los árboles de jacarandá motean la piel cetrina de la ciudad. Algo hay, sin embargo, en su extrovertida floración, descarada incluso, que no se comprende: la invisibilidad. A su alrededor vende algunos diarios el quiosquero, entra y sale gente de la boca del metro, pasan a la carrera los estudiantes, discuten dos empleados si aquella jugada fue o no penalti, camina cabizbaja la cajera del súper. Sólo una niña se encandila con la sombra malva de un jacarandá. Reúne un montoncito de pétalos en su manita. «Tíralos. Que ensucian», le riñe la madre.