Jane Dickson (1952), Peep Land, 1984
Un charquito de luz sucia parpadea en la fachada, al final de la calle. Bombillas encendidas y apagadas conviven en el nombre del local. La cortina de terciopelo ennegrece. Como si la humedad de la noche se hubiera refugiado en el zaguán, éste exhala el vapor agrio de un borracho. Sobre las tablas del entarimado los días sedimentan su paso, su pelusa. Las paredes sudan, las placas del techo se agrietan y desprenden, el escay de los asientos gime, las inciertas alfombras añoran su pelaje bajo el manto de la iluminación. Al salir, alguien enciende un cigarrillo. Bostezan sus sueños.