La deriva de noches y de literatura nos juntó en algún bar. Era la época en la que seducía con El triunfo. Yo no sabía muy bien qué era un novelista —mis amigos eran poetas— y Casavella contribuyó a darle cuerpo a mis modelos. Como haría Hemingway, invitaba a todos los presentes. Acababa de dejar su empleo en la Caixa —también inaudito— para irse a escribir a una desértica urbanización de la costa. Tenía que recorrer varios kilómetros en busca de tabaco. Y cuando se hartaba de la máquina de escribir, salía a pasear por las playas solitarias del invierno.