sábado, 29 de noviembre de 2008

Charcos

Llueve. Al caminar hacia la panadería el paraguas —como celestina en pista de baile— empareja mi mirada con los charcos. Nuestra intimidad crece alimentada por la lluvia. Me seduce la piel que motean círculos fugaces y también las impurezas que los charcos atesoran: hojas que amarillean y hojas secas, colillas blancas y colillas ocres, pedacitos de celofán, papelillos arrugados de diversos tamaños, plásticos nómadas, una brizna de silencio y, cuando me inclino para observar a fondo sus secretos, la imagen de mi rostro bajo el paraguas. Cada charco parece una anotación en el bloc de los sábados por la mañana.