jueves, 1 de mayo de 2008

El cuaderno prohibido





La languidez de los cerezos impregna con su aire cobrizo los recuerdos de un tiempo que también ha muerto. Cuando levanto la vista del cuaderno contemplo cómo un tordo se posa sobre una rama seca. Agita la cabeza, hunde el pico en el plumaje del cuello. Sus movimientos nerviosos caligrafían otra memoria cuyo dictado no sé leer. Algún roedor debe de andar entre la maleza. Me llegan los latigazos de su ajetreo bajo la hojarasca. Si me cuenta algo esa música sin tono, tampoco sé comprenderlo. Es como si únicamente atendiera a la voz que se adentra en mí, buscándome.