Se levanta temprano para mirar el cielo. El día amanece nublado, metálico. No hay mañana más solitaria que la de Año Nuevo, piensa. Cree intuir —antes que ver— un pálido reflejo dorado entre las nubes. El sol que se abrirá paso en su vida; esas cursilerías la reconfortan. En la casa familiar le espera la comilona y las conversaciones de siempre. Después quedará con sus amigas, las del taller. Al cine. Qué asco, dice, igualito que si fuera el año pasado. Entre sus piernas pasa caracoleando un pececillo de plata. Reacciona rápido, lo aplasta con la zapatilla: feliz año, bicho.