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Habrá fallecido Kông Què. Renqueante, quejoso cuando yo era un chaval. La mañana de Año Nuevo se colgaba en el pecho una medalla con la que por la calle amenazaba darnos un coscorrón sólo porque nos relamíamos al soñar con las cerezas que crecerían en sus árboles durante la primavera. A mi edad sé que de los huesos de Kông Què hace lustros que un gusano no saca ni una pizca de carne, pero al ver sus tierras, que tanto mimaba, convertidas en un vertedero, he sabido que también ha muerto cuanto significó para la aldea a la que regreso.