Cuanto más íntima resulta la escena, antes espera la prosa que le mienta. Nunca he podido con eso. Lo otro, las alucinaciones y de vez en cuando el letargo, lo admito con indiferencia. Como el funcionario de la estafeta que no se implica en el estilo caligráfico del remitente. Su trabajo es leerlo. Y a mí me hubiera convertido en mejor intérprete que me exigiera sinceridad. Oh, cuánto me hubiera esforzado. Con qué voluntad se la entregaría en la ceremonia nocturna de despedirse del día ante el espejo. Indemne a tales deseos, solo de mí la prosa anhela soeces mentiras.