Desde aquí no hay vistas sobre los tejados de las casas, pero los imagino ondulados, como un muchachote recién peinado por su madre. Tampoco consigo ver las chimeneas que escriben en el efímero papel de la luz durante las tardes de invierno. De todo me hago una idea, sin embargo. Es mi manera de contemplar lo que no se me muestra. Miro los álamos alineados en la ribera y presiento en su quietud la torre de la iglesia y el mirador del palacio. En realidad, qué poco importa lo que vea o deje de ver, si el contarlo es desvariar.