Qué difícil resulta destrenzar el silencio que emana de la pared y de los muros. Ni siquiera un furtivo dibujo consigue moldear un pensamiento diferente. Y, sin embargo, con qué sencillez se impone el lodo de la rutina y hasta parece que dé lo mismo un grito que una canción. La que cantábamos en el coro, de niños, los domingos. Repeinados, aromas de colonia a granel, corbatas con elástico, mano quieta sobre una mancha de helado en la chaqueta para que no lo viera el coadjutor que lo dirige. Qué oscuridad en medio del claro día que la mirada contempla.