Que no soporte el silencio en la expresión de mi rostro deberías comprenderlo, igual que no te sorprende que pase por la calle alguien discutiendo sin nadie a su lado. O esos pesados que pierden el tiempo tarareando las melodías más infames. Utilizo este término a propósito, porque hay quien me lo aplica, sin saber nada de mí, sin siquiera preguntarse por qué razón ando gritando a todas horas con las intervenciones que le hago a mi piel y a mis órganos. Por qué me produce tanta repugnancia el vacío con el que me miran los asustadizos de gesto redundante.