Desde una loma algo más alta que la suya veo a lo lejos la reunión de Safo con sus acólitas. Una sombra de aromáticos pinos las acoge. Un arroyo, donde alguna se refresca los pies, ameniza la reunión con su monodia. Los vencejos revolotean en el cielo. No alcanzo, claro, a escuchar las palabras de la maestra. Por cómo se las beben con los ojos daría los míos a cambio de, ciego, escucharlas. Mi vida, ay, solo conoce cabras, encinas, espartos y de vez en cuando una víbora debajo de una piedra. Todo lo que no oigo tampoco sé imaginarlo.