No importan los años de silencio, basta con abrirlos. Rasga el sobre por el lateral, con excitada premura, alborotado por dentro tras leer el nombre en el remite. El gesto se le va de las manos y acaba por romperlo por completo para extraer el folio, dos veces doblado, de la carta. Escrita solo por una cara, la que permanece en el interior de los pliegues. Por serenarse, contempla su blancura. Como venas a través de la piel traslucen los renglones de la caligrafía. Va a leer esas palabras que vislumbra dentro en un instante, bastará con desplegar la hoja.