El arco de la puerta de entrada a la ciudad hoy es un decorado de piedra en mitad de una rotonda rodeada de edificios sin fábrica, solo balcones de punta a punta. No existe hora de cierre o de apertura. Raro es el momento en el que no giren a su alrededor vehículos. A nadie se le ocurre colocar vigilancia a uno u otro lado, porque tampoco nada señala dentro o fuera. No se levantan tiendas en sus inmediaciones para cercar la población, ni los campesinos corren a su refugio si en el horizonte se alza una columna de humo.