En sus estantes, los libros de la sala ciertos días parecen pájaros erguidos sobre las ramas de los árboles. Miro sus colores y creo incluso escuchar el gorjeo de alguno. Las estanterías se convierten, entonces, en un bosque y yo en una peregrina desorientada. O tal vez en una naturalista que refunfuña ante los hábitos de sus contemporáneos. Las posibilidades son diversas. Dejo que vayan sucediéndose. Es lo que me han enseñado los pájaros. Llegan, revuelven, desconfían y se van. Los libros, ahora lo veo más claro, no son así. Llegan, confían y aunque nadie los abra, aquí se quedan.