En el momento de regresar desde los campos y fincas de labranza, por los caminos de arena hacia la población, hay quien la abandona. La tarde se pone sobre el horizonte, como los créditos de una película en un cine de la capital, para nadie. Para el proyeccionista, quizá, que desde el ventanuco del fondo en la sala admira lo que ha mostrado. Y también para quien a esa hora olvida las calles, ya bulliciosas, y avanza de cara a poniente, escuchando el crujir de los guijarros bajo sus pasos y el temblor en la maleza que producen las alimañas.