No era visible su mano izquierda, cuyo brazo desaparecía, como si fuera un efecto óptico, a partir del codo. La talidomida está en el epicentro de una generación cuyos mayores habían cerrado los ojos ante el progreso y la ambición. No podía verla, pero la ausente mano izquierda estaba ahí, de eso estoy convencido, en cualquiera de sus movimientos. Amontonaba libros, repartía folios, recogía exámenes. Por nada del mundo hubiera querido que me descubriera mientras me fijaba en cómo lo hacía, pero al mismo tiempo no lograba contener la inexplicable necesidad de desvelar la existencia de lo que no existía.