martes, 29 de octubre de 2019

Cándida, sjung med oss



En el banco del parque donde te sentabas el murmullo de la pequeña cascada no enmudecía el canto de los pájaros. Tampoco el crepitar de las suelas en la gravilla cuando alguien se acercaba por el camino e iba en silencio. Si hablaban, antes te habían llegado las voces. Con ese hilo cosías las mañanas de domingo sin lluvia. Ven a cantar con nosotros, Cándida, te hubiéramos dicho de saber que necesitábamos estribillos para nuestras canciones. Pero estábamos entretenidos cada cual con su vida y la tuya resultaba invisible. Tan discreta y honda. Solo empezamos a darnos cuenta al irte.