Roto, el cristal se convierte en un territorio surcado por afluentes cuyo caudal va de uno a otro sin que la corriente descubra cuál es el río que va a dar en la mar. Su manera de dibujar lo real también cambia. Lo desglosa y cada fragmento establece una frontera con lo que siempre se había sentido junto. Hay un ojo que se desliga de su nariz. Y una mano que cuenta las sílabas de un verso en dos partes diferentes. De ahí que nadie quiera hablar de un espejo fracturado. Ni siquiera para acabar lo que no tuvo principio.