Dentro, la madera aprende a ser piadosa y acoge. El lugar donde el tiempo se sienta en el suelo con su mono de presidiario arrugado y las manos agrietadas sobre el rostro para que no le vean aquellos a quienes no deja de mirar. El frío, expectante en los cristales empañados. Crepitación de guijarros cuando las botas de la patrulla los alteran durante la noche que jamás duerme. La lengua, cada una de las lenguas, posee palabras que se guardan en el monedero como calderilla. Existe casa. Y pueblo. Y ciudad. Aves que echaron a volar y cruzaron la verja.